A medida que cae el agua se pulveriza y el estruendo sordo deja paso a un siseo agudo, una lluvia fina que empapa todo el valle y domina el paisaje sonoro, amplificado, multiplicado mil veces por las paredes cóncavas de roca.
Pero la voz del agua no es la única que cae por las laderas. Como cada tarde, bandos de chovas, piquirrojas y piquigualdas, suben y bajan del valle a las cumbres. Las primeras con un graznido áspero, las segundas, con un trino agudo. Unas y otras organizan una de especie de carrusel aéreo que ven pasar sobre sus cabezas las apacibles marmotas, asomadas a sus madrigueras, balcones sobre el valle.
Aunque parezca un silbido, las marmotas en realidad ladran, con unos gritos agudos que transmiten un mensaje de tranquilidad a toda la comunidad. Los ladridos agudos de las marmotas resuenan junto a las voces de los acentores comunes y los bisbiseos de algunos bisbitas.
cortesia Carlos de Hita
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