Serbia fue para los aliados en la Primera Guerra Mundial lo que Polonia en la Segunda. Formalmente, la Entente estaba en guerra para defender a Serbia de la agresión de Austria-Hungría. Sin embargo, para Francia y Gran Bretaña, correspondía en principio a los rusos prestarles la ayuda suficiente para que se defendieran de los austriacos. No sólo, sino que al principio pareció que bastaría tener arrinconados a éstos en los Cárpatos y distraer allí al grueso de su ejército a fin de que lo que quedara de él libre para combatir en el Sur no bastara para derrotar a los serbios. Y así fue al principio de la guerra. Durante esos primeros meses Belgrado no sólo contó con la ayuda de San Petersburgo, también con la de Berlín. Los alemanes, obligados por el Plan Schlieffen a destinar siete octavos de su ejército al frente occidental, tenían mucho interés en que los austriacos contuvieran a los rusos e impidieran que éstos invadieran Alemania mientras ésta se ocupaba de derrotar a Francia. Por eso el jefe del Estado Mayor alemán no dejó en todo momento de exigir a los austriacos que se olvidaran de los serbios, que se mantuvieran a la defensiva en el sur y que se concentraran en combatir a los rusos en el norte. Al principio, Viena desoyó la exigencia alemana. Austria estaba en guerra para poner en su sitio a Serbia y ésa sería su prioridad. Luego las realidades del frente se impusieron. Los rusos obligaron a los austriacos a retirarse y éstos no tuvieron otro remedio que seguir el consejo alemán, concentrarse en combatir a los rusos y mantenerse a la defensiva en el frente serbio. Sin embargo, en noviembre de 1914 ocurrió algo trascendental para Serbia: Turquía entró en guerra del lado de las potencias centrales.
cortesia libertaddigital.com
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